En un torreón junto al río Tajo, Toledo recuerda una de las más famosas leyendas de la historia de España, la de Florinda La Cava. Allí cuentan que don Rodrigo, último rey de los godos, vio bañarse a la bella hija del conde Don Julián y se dice que en lo alto de esta puerta de un antiguo puente de barcas se veía en noches de luna llena el espectro de la desdichada joven.La Cava, llamada así por los árabes y cuyo nombre significa «mala mujer», había salido con sus doncellas por los jardines de su residencia y decidió darse un baño sin percatarse de que don Rodrigo la contemplaba. La visión de la bella joven «abrasóle» al monarca que, obsesionado con la muchacha, acabaría por forzarla. «Florinda perdió su flor, el rey padeció castigo», señala el Romancero Español que achaca a este ultraje el posterior desastre en la batalla de Guadalete y el fin del reino visigodo: «De la pérdida de España / fue aquí funesto principio»
EL AUTOR: ANTONIO CENIZA
©CENIZA777
(FOTO SUPERIOR: Torreón del Baño de la Cava ,Toledo)
LA LEYENDA:
«Ya desde el siglo X circula entre los escritores cristianos asentados en zona mozárabe un relato de origen incierto que recoge como desencadenante de la invasión musulmana la violación de la hija del Conde Olián, gobernador de Tánger y Ceuta», señala Helena Establier Pérez en un estudio sobre la Leyenda de La Cava, recogido por la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes.
«Ella dice que hubo fuerza; él, que gusto compartido», señala el Romancero sin aclarar si hubo o no violación, algo que sí se señala en otras crónicas, como en «La verdadera historia del rey Don Rodrigo» (1589), de Miguel de Luna. Otras versiones señalan, en cambio, que fue la joven quien sedujo a Don Rodrigo y que éste logró «yacer con ella» bajo promesa de matrimonio, pero no cumplió lo prometido.
«La Cava», como la llama por primera vez Pedro del Corral en la Crónica Sarracina (1430), acabó contándole a su padre por carta su agravio o este se enteró por boca de otros, según quién lo cuente. Furioso, Don Julián, facilitó la entrada en la península de las tropas de Táriq ibn Ziyad, el general musulmán de Muza que en el verano de 711 venció a las huestes de Don Rodrigo en la batalla del río Guadalete.
(FOTOGRAFÍA SUPERIOR: Manuscrito donde se cuenta la historia de la Cava)
OTRA VERSIÓN DE LA LEYENDA:
Otra versión de la leyenda que parece más creible, cuenta que la Cava era la amante de Don Rodrigo, que la muchacha no era tan virtuosa y que su baño desnuda obedecía a una provocación calculada, confiando en excitarlo tanto como para conseguir que la desposase.
Don Rodrigo cayó en las redes de la joven y, ya sea por fuerza o con promesas matrimoniales, sació su deseo, pero luego no llegó ninguna de las satisfacciones esperadas de modo que, al no ser elegida por éste como esposa y reina cuando ascendió a rey, conspiró con los partidarios del depuesto Witiza para traer los moros a la península.
Según la leyenda, el palacio de la princesa estaría pasando la Cava, en la actual Pagés del Corro, y de ahí que se conozca a esa calle por dicho nombre, la Cava.
Fuera como fuese, la muerte de Ruderico o Don Rodrigo acaba también con una etapa de la historia de España ya que los moros (aunque los partidarios de Witiza creyeran que habían venido a ayudarles), se quitaron pronto la careta y expresaron abiertamente que habían venido a conquistar la península para el Califato de Damasco y no a devolver el trono a nadie.
Nadie sabe cómo murió la hija del conde D. Julián. En aquel desquiciamiento de un imperio que con horrible estrépito se hundió en el Guadalete, en aquella desaparición de una raza entera, todos los personajes que, más que otros algunos, estaban en el camino del torrente que se desbordaba, fueron sepultados en sus aguas. La historia misma, espantada de tan tremendo juicio de Dios, rompió sus tablas y veló su rostro; y durante algún tiempo las sombreas se extendieron por todas partes… Cuando el primer momento de estupor hubo pasado, cuando recogió del suelo su estilo, con el que graba en la piedra las hazañas de los hombres, su primera página fue un lamento tristísimo y prolongado: el llanto de España que apunta la crónica atribuida al rey Don Alfonso X. Pero no quiso volver la vista atrás, y el fin de aquel sangriento drama, cuyo prólogo habían sido las orillas del Tajo, y cuyo epílogo eran los llanos de Jerez, quedó envuelto en el misterio más profundo. Nada se sabe de Don Rodrigo y D. Julián; todos ignoran el fin de Florinda, D. Oppas y los hijos de Wittiza.
(FOTOGRAFÍA SUPERIOR: DON RODRIGO)
Esto no satisface a la tradición. Preguntadla, y ella os responderá que D. Rodrigo murió haciendo penitencia, trasformado en ermitaño, después de sufrir una expiación terrible a su delito; que D. Julián, D. Oppas y los hijos de Wittiza fueron muertos por los mismos árabes, que desconfiaban de ellos, y a quienes tan bien habían servido con su odio; que Florinda, en fin, loca de dolor y de vergüenza, vino a terminar sus días en este mismo torreón, mudo testigo de su crimen. Así refiere este último suceso la leyenda.
Victoriosos los árabes en el Guadalete, donde acudiera a detenerlos la parte más fuerte y vigorosa del pueblo godo, y envalentonados con su triunfo; derruidos, casi totalmente, los muros de las ciudades, y faltos de armas los brazos por disposición de Wittiza, que cambió todos los útiles de guerra en instrumentos de labranza, fácil fue a los vencedores, acaudillados por Tarik, apoderarse del resto de España. No tardaron mucho en llegar a la vista de Toledo, que se preparaba a resistirlos, cuando los judíos que vivían en el arrabal, y que tantas injurias, tantas ofensas tenían que vengar de los descen dientes de Sisebuto, les abrieron las puertas de la ciudad. Desde aquel día, y durante 374 años, Toledo yació en la servidumbre, y sobre su alcázar y sobre sus muros flotó la media luna mahometana.
(FOTOGRAFÍA SUPERIOR: El rey don Rodrigo arengando a las tropas en la batalla de Guadalete ,Museo del Prado)
Poco tiempo después de esto, los habitantes de la parte de Toledo inmediata al antiguo palacio de los reyes godos donde hoy se alzan la Puerta del Cambrón y San Juan de los Reyes, estaban amedrentados, y todas las noches, mientras el viento bramaba con furia, comentaban con terror la aparición de una mujer loca y desmelenada, que, prorrumpiendo en carcajadas salvajes , recorría con extraviados pasos las orillas del río, registraba con inquieta mirada su revuelto fondo, y sin detenerse nunca, sin alzar jamás los ojos al cielo, proseguía eternamente su carrera murmurando palabras incoherentes y sin sentido que llevaban el miedo y la tristeza al corazón de cuantos la oían. En vano hubo algunos bastante arrojados para esperarla en su camino y pedirla la explicación de sus actos; apenas veía que alguien trataba de aproximarse a ella, sus ojos aprecian prontos a salir de sus órbitas, su agitación era más extraordinaria, sus frases más incoherentes, más salvajes sus gritos: huía, huía, sin que nadie pudiera seguirla en su carrera desenfrenada.
¿Era un ser humano? ¿Era un espectro? ¿Tenía un cuerpo real, o era imaginaria la forma con que se presentaba a los mortales? Preguntas son estas cuya contestación hubiera dado mucho que hacer a los toledanos, que nada podían asegurar en asunto que tanto les importaba conocer. Pero su curiosidad se estrellaba ante un obstáculo poderoso: aquella mujer no quería ver a nadie, y no parecía vivir bien mas que en la soledad.
Mucho tiempo pasó así; mucho tiempo fue objeto de las conversaciones mantenidas en voz baja y al oído, y de las mas aventuradas hipótesis. Un día, desapareció y nadie volvió a verla.
Pero, desde entonces, ocurrió una cosa muy extraña: todas las noches, apenas el sol hundía en el horizonte su disco de diamante y las nubes encapotaban el cielo, en esos momentos de calma que preceden a la tempestad, veíase, en pie sobre el torreón que hoy se conserva de los lujosos baños de la Cava, una figura descarnada y seca, con el cabello suelto al aire, volviendo a todas partes la triste mirada de sus ojos, sin expresión y sin vida; de repente, elevaba la vista hacia el que fue paladio de Don Rodrigo; el viento, que rugía, modulaba un grito prolongado, y, al expirar, otra sombra, la sombra de un hombre armado de todas armas, pero con la cabeza desnuda, surgía también sobre el arruinado alcázar. Y las dos fantasmas se miraban, clavaban uno en otro sus pupilas sin luz, y entonces era cuando el huracán rugía con más fuerza, cuando el río desbordaba su corriente por los campos vecinos e inundaba la fértil vega, cuando la claridad de la luna desaparecía por completo, y las tinieblas más espesas reinaban sobre el pueblo amedrentado. En aquellas horas, largas como el dolor, nadie se atrevía a salir a la calle, por miedo a encontrarse en las sombras de la noche con aquella mirada brillante que parecía desencadenar los elementos para lanzarlos sobre el mundo.
Algunos fieles acudieron, para buscar remedio a tantos males, a un viejo ermitaño que, retirado al centro de los montes, pasaba su vida en la abstinencia y el ayuno; le contaron los extraños sucesos que llamaban tan poderosamente su atención, y le pidieron que impetrase del cielo la gracia de que aquellas sombras volvieran a dormir sosegadas en sus sepulcro. Púsose en oración el anciano, cuando a la noche acarició el sueño sus pupilas, apareciósele una figura, semejante a la que le pintaran los toledanos, y esta figura abrió sus labios para hablar y le dijo:
-Yo soy Florinda la maldita, Florinda la Cava, la hija impura del conde D. Julián. Cuando supe que España era, por mi crimen, esclava de los hijos de Mahoma, una voz interior se alzó en lo más profundo de mi alma, mandándome venir, sin tregua ni descanso, a este lugar de mis culpas, a buscar mi honor perdido en las revueltas ondas del Tajo. Perdí la razón, pero no lo bastante para dejar de oír esta voz acusadora, y cruzando valles y llanuras, praderas y montañas, llegué a Toledo, y en Toledo he vivido mucho tiempo, sostenida por una fuerza misteriosa, buscando incesantemente lo que no me era dado encontrar. Por fin, mi vergüenza y mi dolor me mataron; allí, en aquel sitio, testigo de mis torpes placeres, yace insepulto mi cuerpo; mi alma va todas las noches, en penitencia, por orden de Dios, a llorar eternamente mi falta; y evocada por mi llanto, el alma de Rodrigo baja también a llorar la suya a las rotas almenas de su palacio. Vé allí, bendice en nombre del Omnipotente aquellos lugares malditos, y mi alma no volverá a aparecer en ellos.
Y la sombra desapareció, perdiéndose en el espacio.
Despertó sobresaltado el ermitaño, y aquella noche, seguido de los habitantes del arrabal, que llevaban teas encendidas, trasladóse a los antiguos baños de Florinda; apenas entró en ellos la cruz, el cuerpo de la desgraciada mujer, y en completo estado de putrefacción, se levantó por sí sólo, y fue a sumergirse en el río con admiración de todos. El ermitaño bendijo el breve recinto en nombre de Dios, y postrándose de rodillas rezó por las dos almas extraviadas, y todos oraron con él. ¡Cuadro de amor y de ternura! ¡Ver a aquellos seres, libres y felices en otro tiempo, ahora esclavos y proscritos en sus mismos hogares, rezando por el descanso eterno de los que habían sido causa de sus desventuras!
(FOTOGRAFÍA SUPERIOR, PALACIO DE LA CAVA, TOLEDO)
¡Ya no volvió a verse en Toledo la sombra de Florinda!
Pero quedó el romance:
Amores trata Rodrigo
descubierto ha su cuidado
a la Cava se lo dice
de quien anda enamorado.
Miraba su lindo cuerpo
mira su rostro alindado
sus lindas y blancas manos
él se las está loandoRodrigo que sólo escucha
las voces de sus deseos
forzola y aborreciola
del amor propio efectos.La Caba escribió a su padre
cartas de vergüenza y duelo
y sellándolas con lágrimas
a Ceuta enviolas presto.
¿Qué fue de Don Rodrigo?
De Don Rodrigo se ignora su suerte tras la contienda. Unos dicen que murió a manos de Táriq, otros que se ahogó en el Guadalete, pero nunca se encontró su cuerpo, lo que dio pie a más leyendas. Hay quien asegura que huyó a la actual Portugal, donde se convirtió en ermitaño, y que yace en Viseo. Una lápida supuestamente hallada en el lugar nombra a «Rudericus ultimus rex gothorum», según se recogió en la Primera Crónica de Alfonso X. El final más legendario lo recogen el romancero que cuenta que acabó sus días sepultado vivo con una culebra que le torturaba y le devoró el corazón. «Ya me come, ya me come, por do más pecado había, en derecho al corazón, fuente de mi gran desdicha».
A Don Julián la mayoría de los relatos lo citan muerto a manos de los musulmanes, que desconfiaban de un traidor, pero ¿qué fue de Florinda? Una leyenda dice que murió «loca de dolor y de vergüenza» en el torreón de Toledo, o ahogada junto a él en el Tajo, en el mismo paraje donde Don Rodrigo la viera desnuda.
El hijo del ultraje:
En Pedroche cuentan, sin embargo, que tras la derrota en Guadalete, la hermosa Cava se refugió en un castillo de esta localidad cordobesa. Allí lloró junto a un pozo la pérdida del hijo que concibió de Don Rodrigo y que murió degollado por los invasores. Según la leyenda que recoge la web de Pedroche, encaramada sobre el brocal retorcido de la fuente que hoy lleva su nombre, maldijo su propio destino, arrojándose desesperada a sus aguas». Y también en Pedroche se dice que fue visto su fantasma.
A 229 kilómetros de este pueblo cordobés, en Torrejón el Rubio (Cáceres) una calle lleva el nombre de La Cava y existe un paraje llamado Huerto de la Cava donde cuentan que se levantaba un torreón que fue propiedad del conde Don Julián y donde se habría refugiado Florinda tras ser deshonrada. Allí dicen que su hijo permanece encantado y hace desaparecer a los muchachos que pasan allí de noche para reunir un ejército con el que reconquistar el reino de sus mayores.
El sustrato histórico:
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